"Reconocía que él se contentaba con poco: un piso, libros, música y un coche destartalado; sabía que había reducido su vida a pura apariencia y que había fracasado rotundamente en las cosas importantes: el amor, las amistades, la vida familiar. Se le reprochaba ser un exclavo del trabajo, cosa que no era cierto. Se contentaba con aquel trabajo porque simplemente le daba la oportunidad sin gran compromiso de tratar a diario con desconocidos, gente que no significaba nada para él y en cuyas vidas podía entrar y salir con suma facilidad. Vivía las vidas de otros o parte de ellas como quien experimenta algo pasajero que dista mucho de ser tan comprometido como la vida real.
Sammy le había hecho ver el fondo de la verdad de su fracaso no como padre, sino como ser humano; que su trabajo como policía le libraba de la alienación, pero no dejaba de ser un mero paliativo a la clase de vida que habría podido tener, la vida que llevaban los demás. Aquella entrega obsesiva en los casos que investigaba apenas se diferenciaba de la obsesión de quienes coleccionan billetes de tren, cromos o discos de rock." Ian Rankin. El jardín de las sombras
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